jueves, 12 de enero de 2012

breve historia: "las sardinas"


Hola chicos me llamo Alberto, tengo 4 años y os voy a contar lo que me pasó el verano pasado.
Un buen día de verano, estábamos sentados mi abuelo, mi madre, mi hermano y yo en un bar en frente de la playa a la que solemos ir a veranear todos los veranos. Allí una de las cosas que más nos gusta hacer, es comer un buen plato de sardinas recién salidas de la plancha; m… son irresistibles… por su olor… su sabor…. Pero donde mejor saben es en esa playa junto con mi familia, en esa playa, mirando a las olas romper en esa orilla, con ese peculiar olor a más junto con el olor de las sardinas…m… no sabrían igual en otra parte.

Entonces no nos habíamos acabado las sardinas del plato, cuando de repente oí un tintineo de campanillas por la zona donde estaba sentado mi abuelo, y para cuando miré a su sitio, ¡¡mi abuelo ya no estaba sentado allí!! Y en su lugar había un gato my peludo, de color grisáceo, y que a su vez parecía muy mayor. Aquel gato no era un gato más, no sé por qué, pero no parecía un gato normal, me resultaba familiar… ¡ah! Ya sé por qué, porque llevaba unas gafas ¡¡iguales que las de mi abuelo!! Jejeje... – ui, pero que cosa más rara, un gato con gafas…- me dije, y al rato lo pensé bien, y que yo sepa los gatos no tienen gafas ¿verdad? No definitivamente no.

Al mirar las gafas, me volvía a acordar de que mi abuelo había desaparecido, pero... ¿Dónde estaba?, ¿se lo habría comido aquel peludo y gordinflón gato? Y lo más raro de todo, ¿era yo el único que se había dado cuenta de que nos faltaba el abuelo en la mesa? Pero por suerte no, no era el único, mama se había dado cuenta de que el abuelo no estaba y al ver al gato, se asustó tanto, que se levantó de un salto de la silla, y lo espantó.
Así el resto, mi hermano y mi madre se pusieron a buscar al abuelo; y yo… no sé por qué pero me picaba la nariz de la curiosidad, y por eso me fui corriendo detrás de aquel gato, que iba corriendo detrás de un pequeño bicho verde, sería un saltamontes o algo así.
Ya después de correr y correr, el bicho verde se metió detrás de un arbusto, y el gato se metió también; yo esperé a pasar, por no asustar al gato y también para recuperar el aliento de la carrera.

Cuando me asomé despacito al arbusto me di cuenta de que el bicho verde al que perseguía el gato no era un bicho era un pequeño duende con cara de malo, con un  traje verde, con unas botas verdes y picudas a conjunto con el sombrero del que colgaba un cascabel.
Aquel duendecillo empezó a decirle al gato que si nadie de sus familiares le reconocía en lo que quedaba de día, se quedaría con forma de gato para toda su vida; y así nunca volvería a ver a su familia, ¡ni siquiera a su nieto Alberto!
Cuando dijo eso el pequeño duende, me di cuenta de que aquel gato gris, peludo y con gafas iguales a las de mi abuelo, ¡¡era mi abuelo!! Y tenía que salvarle de aquel duende malvado. Así entré de un salto a la parte de atrás del matorral y los dejé a los dos con la boca abierta del susto.

Le dije a aquel duende que aquel era mi abuelo y que quería que le devolviese a su forma de abuelo, que le había pillado y que tendría que hacerlo si no quería que le diese un fuerte pisotón.

El duende lo reconoció y yo me salí con la mía; le di un gran abrazo a mi abuelo, ¡¡con forma de abuelo!! Y juntos dados de la mano regresamos a la mesa a terminarnos nuestras sardinas que tanto nos gustan.

Y al terminarnos el plato, fue cuando mi abuelo me dijo una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca: ¡Alberto, eres un héroe, eres mi héroe!
Y así me convertí en el salvador de mi abuelo, pero una esto quedo como un secreto entre mi abuelo y yo, bueno y ahora también lo sabes tú, así que no se lo cuentes a nadie.

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